Me propuse vivir en el presente y otra vez caí en la trampa,
decidí esperar, y (a decir verdad) esto tiene más que ver con el futuro que con
el presente.
Y finalmente entendí el mensaje, era claro, sólo tenía que
saber leerlo. No frustrarme, no enfadarme. Entender que el poder está en
nuestra mano y en la de nadie más. Entender que el que espera desespera, y que
es mucho más fácil y sano esperar todo pero de nosotros mismo. Y pensé en la
cantidad de veces en la vida que esperamos cosas que nunca llegan (o no llegan
justo cuando nosotros queremos o de la manera que esperábamos). Una llamada, un
ascenso, una actitud comprensiva, un reencuentro, una invitación…
Sólo aquello que espero sobre mí
es un objetivo alcanzable.
A qué esperamos? Por qué esperamos? Y cómo lo hacemos? Las
respuestas siempre están dentro nuestro. Escuchémonos con sinceridad y
observemos si aquello que esperamos tiene que ver con algo externo (algo que
está fuera de nuestro alcance). El resto consiste en moldearnos, y al hacerlo por
añadidura también moldeamos nuestro entorno.
Descubrí que vivir en el presente significa no esperar nada externo.
Cuando esperamos enfocamos erróneamente nuestra energía, nos olvidamos de
nuestro PODER, le restamos valor, y se lo adjudicamos a algo externo.
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